A este paso el ser humano se va a convertir en algo completamente inútil. Resulta que ahora los robots también quieren ser actores. No les basta con habernos sustituido en multitud de tareas productivas básicas, o incluso con haber comenzado a pisarnos el terreno a los investigadores formulando teorías por su cuenta. Ahora también quieren subirse a las tablas, y competir con nosotros en el campo de las artes escénicas. Los robots se han propuesto cantar, bailar, y hasta recitar a Shakespeare.
El próximo día 1 de mayo se estrena en el Théâtre Barnabé de Servion, cerca de Laussane, el musical en tres actos titulado “Robots”. Así, a secas. Narra la historia de un hombre (Branch Worsham) que, voluntariamente, ha elegido la soledad y el aislamiento como forma de vida. Vive en una jaula dorada con un órgano y tres robots como única compañía. Pero un importante acontecimiento viene a romper con tan apacible monotonía: se trata de la visita de una mujer. “Ella” representa el único vínculo que el protagonista mantiene con el mundo real, casi olvidado, habitado por seres de carne y hueso.
Branch Worsham y Laurence Iseli ensayan con su robótico compañero de escena [más imágenes]
Los tres actores robóticos han sido creados por la empresa BlueBotics, un spin-off del Autonomous Systems Lab de la Ecole Polytechnique Fédérale de Lausanne. Se ve que han hecho un importante esfuerzo de diseño con las máquinas. De ello ha estado encargado Luc Bergeron, profesor de diseño industrial de la ECAL.
No es la primera vez que los robots participan en representaciones teatrales. A finales del pasado año, la Universidad Nacional de Ciencia y Tecnología de Taiwán, anunció que un grupo de sus robots se convertirían en la primera compañía enteramente robótica y representarían nada menos que “El Fantasma de la Ópera”. Sin embargo, no tengo claro que la obra llegara a representarse.
Tal vez la auténtica pionera en subir a un robot a escena, y programarlo para interpretar un verdadero ‘papel dramático’ fue la Universidad de Osaka. En aquella ocasión los actores fueron dos robots Wakamaru, del fabricante Mitsubishi Heavy Industries. Ambos robots trabajaban en la obra al servicio de una joven pareja. Pero uno de los robots comienza a perder la ‘motivación’ por su trabajo, y empieza a hacerse preguntas y a quejarse por las aburridas y tediosas tareas que le son encomendadas. La obra se llamaba “Hataraku Watashi” (“Yo, Trabajador”), y aquí podéis ver un vídeo para haceros una idea de la pinta que tienen estos robots amarillos sobre un escenario.
Representación de la obra «Hataraku Watashi» («Yo, Trabajador»)
En ambos casos se plantea un problema cada vez de más actualidad, y al que ya apuntaban películas (ya clásicas) como “Inteligencia Artificial” o “El Hombre Bicentenario”. ¿Cómo será nuestra relación con los robots, cuando formen parte de nuestras vidas? Y no sólo como meros asistentes domésticos, a cargo de las tareas más básicas y rutinarias. ¿Qué sucederá cuando los robots se conviertan en auténticos compañeros? ¿Y si fueran capaces de plantearse preguntas por su cuenta? ¿Qué pasaría si no pudiéramos distinguir a un robot de un amigo, o de un amante?
Da miedo sólo pensar en algunas de las respuestas.
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