¡Qué bonito es internet! ¡Y qué bonitas son las redes sociales! ¡Y qué bonito es relacionarse y tener amiguitos! Todo eso está muy bien, y es un hecho que «inventos» como Facebook están arrasando. Hoy quiero hacer una simple reflexión, con toda la modestia del mundo, y advirtiendo de que no soy ningún «gurú» ni entendido en la materia. Hoy quiero hablar sobre lo increíblemente apetitosa que, desde el punto de vista de una máquina, es la ingente cantidad de información que las denominadas redes sociales poseen sobre nosotros y nuestras vidas.

Un día me abrí una cuenta en Facebook. «A ver de qué va esto«, me dije. Los primeros pasos: agregar dos o tres contactos y esperar. La primera impresión: vale, bien, puedo enviar mensajitos a la gente que conozco y subir fotos. También puedo ver las fotos de mis contactos. Para mí es una forma cómoda de seguir la pista a gente a la que hace tiempo que no veo… «Anda, si resulta que Jose, mi antiguo compañero en la universidad, está ahora haciendo un máster en Boston«. La ventaja evidente: puedo apliar mi red de contactos. Puedo conocer a amigos de mis amigos, o entrar en comunicación con gente de todo el mundo que tiene aficiones o intereses parecidos a los míos. Las primeras desilusiones: no entiendo la mitad de lo que pasa en la ventana principal cuando inicio sesión, y la mitad de la otra mitad no me interesa. «Fulanito ha recibido un mensaje de Zutanita«. «Perencejo es ahora amigo de Menganito«. «Tarantita ha recibido una postal«…

El chasco final: cuando mi compañero Quique me contó lo increíblemente coñazo que es borrar una cuenta de Facebook. No es tan fácil como darle al botón delete. El hombre, cansado ya del invento, quería borrar la cuenta y no fue capaz. Y no creáis que es un ignorante tecnológico, que el tío sabe. Escribió preguntando cómo había que hacer para borrar su cuenta, y le contestaron explicando que, para hacerlo, antes debía eliminar manualmente todos y cada uno de sus contactos, uno por uno.

¿Y por qué? Pues yo creo que a Facebook (y por extensión, al resto de redes sociales) les gusta mucho saber cosas sobre nosotros. Los usuarios, sin que nadie nos lo pida, introducimos con nuestros propios deditos cantidad de información sobre nuestros gustos, aficiones, procedencia, amistades… Por ejemplo, el mismo compañero que ahora tiene problemas para eliminar su cuenta me habló hace algún tiempo de una aplicación de Facebook que le parecía interesante: «Ciudades que he visitado». Este servicio te muestra un mapa en el que puedes marcar los lugares en los que ya has estado. En estos momentos, Facebook tiene en su base de datos una lista bastante completa de las ciudades que yo he mismo he visitado.

¿Y de qué sirve toda esta información? Pues a lo mejor para ganar dinero. No quiero ponerme dramático ni sensacionalista; no quiero decir que vayan a comerciar con esa información, ni que nadie se vaya a poner a vender nuestros secretos más íntimos (todo lo íntimos que puedan ser los secretos que tengamos en nuestra cuenta, que tampoco es para tanto). Me refiero simplemente lo jugosa que es esa información desde el punto de vista de la publicidad. Y no es nada nuevo: en Gmail ya lo hacen. Esa publicidad contextual que aparece en la columna de la derecha de nuestros correos, generada automáticamente en función del contenido del texto del mensaje. Un invento fabuloso. Inteligencia artificial al servicio de la publicidad. Y sin intervención humana, con lo cual nuestra privacidad no se ve amenazada.

Bien, pues algo parecido supongo que terminará pasando con el tiempo en el caso de las redes sociales. Al fin y al cabo, sus creadores no son sólo buenos samaritanos que únicamente quieren mejorar nuestras relaciones, que todos nos queramos mucho, y que reine la paz en el mundo. Incluso Microsoft afila sus garras para quedarse con un trozo del pastel, aún sin empezar. Y además en este caso la información es mucho más rica que en el caso de un correo electrónico.

Pensemos en las fotos que tenemos subidas a diferentes servicios de internet. Pensemos que fuera posible conocer automáticamente si nuestras fotos corresponden a entornos urbanos, al campo, a la playa… Saber si tenemos fotos de bebés, o por el contrario predominan personas mayores. O determinar si tenemos muchas fotos de grupo, o por el contrario somos personas solitarias que nos hacemos fotos a nosotros mismos. Tal vez a una persona que tenga muchas fotos de bebés estaría bien recomendarle la compra de una cuna, un sonajero, o un calientabiberones. Y esto no es ciencia ficción. En Google saben que es posible, y ya han comprado alguna empresa para que les ayuden a extraer información de las imágenes, con el objetivo principal de mejorar las búsquedas. Y el reconocimiento facial es algo que avanza a pasos agigantados.

En fin, a mí todo esto me parecen buenas noticias. Todo sea por mejorar la calidad de la publicidad que recibo. Al pobre Jesús Encinar no paran de ofrecerle Viagra, y en mi caso el spam parece empeñado en que alargue el tamaño de mi pene. Si colgando una foto mía en pelotas en Flickr, consigo una carpeta de correo basura más limpia, alabaré eternamente la utilidad de la visión artifial, y no tendré problemas en que las máquinas me conozcan como si yo fuera un concursante de Gran Hermano.